jueves, 16 de abril de 2020

MITOS Y LEYENDAS

QUIOCTA




Como un genial escultor de obras maravillosas, la naturaleza labró pacientemente durante miles de años las gigantescas estalactitas y estalagmitas que alberga la caverna de Quiocta.

Esta caverna se encuentra ubicada en el distrito de Lámud, a unos diez kilómetros aproximadamente de la ciudad capital. Tiene más de quinientos metros de profundidad. En su interior se han encontrado restos fósiles humanos y en las paredes rocosas se puede apreciar pinturas rupestres. Por eso se cree que esos tiempos inmemoriales estos inmensos recitos naturales fueron usados como espacios de adoración y de rituales mágicos religiosos.

Hace unos años nadie sabía de su existencia. Sobre su descubrimiento, la gente de Luya, Lámud y otros pueblos vecinos cuenta el siguiente relato.

Un campesino pasó trabajando todo el día en su chacra. Por la tarde, cuando regresaba a su casa, escuchó que le llamaban.
Parándose, buscó con la mirada en los alrededores. Más no había nadie.
Pensando que su imaginación le llenaba así de voces a la cabeza, se dio la vuelta para seguir su camino.
-¡Levántame u te daré riquezas…!
Era una voz apremiante, aunque lejana y cansada como si brotara de la profundidad de la tierra.
Casi asustado, el hombre se dio la vuelta rápidamente y vio a un Purummacho enorme tirado en el suelo.
Se acercó e intentó levantarlo, pero no podía. Siguió intentándolo, cuando en eso llegó un viento muy fuerte que le ayudó a lograr su propósito.
-Mañana en la mañana vienes con tu machete y tu pico para mostrarte tu riqueza –le indicó la misma voz, saliendo desde profundidades desconocidas.
El hombre siguió su camino y llegó a su casa ya de noche. Su mujer le preguntó por qué se había demorado.
-Estuve trabajando- respondió el, secamente.
Al siguiente día salió temprano de su casa, se fue al encuentro con el ancestro, llevando su machete y su pico.
-Ahora muéstrame mi riqueza –le pidió, llegando a su lado.
-Sígueme…
Empezaron a caminar. Y llegaron a un cerro cubierto de pencas y de yerbas.
-Esta es tu riqueza- le dijo el Purummacho-. Tienes que limpiarla.
El hombre se quedó sorprendido, mirando esa extensión de tierra abandonada. ¿Qué riqueza podía tener este cerro? Eso pensó, pero no dijo nada; más bien, reaccionando rápidamente, cogió sus herramientas y se puso a trabajar.
Cuando acabó de limpiar la peña, halló una cueva.
-Debes entrar coqueando, por qué si no te puede hacer mal –le indicó el Purummacho.
Por suerte, el hombre no lo dejaba su coca. Así que haciendo un buen bolo y alumbrándose con su linterna, penetró en esas profundidades desconocidas.
Entró, pues, sin saber lo que le esperaba. Y paso a paso fue avanzando en el vientre oscuro y húmedo del cerro.
Y así, andando cauteloso y decidido, adentro encontró formas  y volúmenes sorprendentes, al pareces de piedra brillante.
En la naturaleza y el tiempo los que habían trabajo sin descanso, calladamente, en el seno de la tierra.
Antes de desaparecer, e ancestro le advirtió de esta manera:
-Cuando huelas la sangre es porque la cueva te está llevando.
Así se revelo la existencia de las cavernas de Quiocta, con sus, maravillosas estalactitas y estalagmitas.
Esa es, pues, la riqueza que le fue revelada a un hombre; pero no para él, sino para que toda la gente conozca y valore lo que tenemos. Y no debemos tocar nada, porque él Purummacho puede enojarse y causarnos una enfermedad.




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